lunes, 25 de febrero de 2013

Capítulo 14

El perdedor


El lagarto-comentarista no podía en sí de gozo. El emocionante final de la carrera había podido con sus nervios, y en pleno éxtasis de adrenalina, que llevaba acumulando todo aquel tiempo, vociferó el resultado final:

—¡¡Y NUESTRA NUEVA COMPETIDORA SE HACE CON LA CARRERA! ¡ARELLANES GANA! —sin duda, aquellos gritos le garantizarían una voz ronca al día siguiente—. ¡Vaya adelantamiento de última hora! ¡Varias veces me he quedado sin aliento, señores! ¡Creo que mi médico va a frotarse las manos con la factura del chequeo de corazón que me espera!

Sin embargo, pocos escuchaban ya al lagarto, puesto que los espectadores celebraban el fin de la carrera. A algunos les emocionó el resultado, mientras otros se mostraron claramente enfadados de que su favorito no hubiese salido vencedor.

Entre el público. Tyler y Sho intercambiaron una mirada de complicidad, antes de chocar las manos, alegres de que todo hubiese salido bien y de poder, por fin, respirar con alivio. Sin embargo, pronto se dieron cuenta del gesto tan impropio de ellos, y no hicieron falta palabras para acordar que no mencionarían nunca ese arrebato frente a los demás.

—La victoria de nuestra encantadora Stella estaba clara desde el principio. Y la segunda posición de nuestra otra dama —comentó Sho.

—Aún no me puedo creer que haya salido todo bien —volvió a suspirar Tyler—. Sobre todo con la actitud de Stella y la aparición de los encapuchados… ¿Serán los mismos de la última vez?

La incógnita quedó en el aire, porque el comentarista continuó con su función.

—¡Menuda sorpresa, señoras y señores! ¡Ha sido una de las ediciones de Corpore Sano más emocionantes que haya vivido! —puesto que ninguno de los muchachos había estado en otra anterior, no sabrían decir si era verídica la información o sólo otra muestra más de la entusiasta actitud de éste—. ¡Apaguen sus motores, competidores! La carrera por fin ha concluido, y todos los corredores han cruzado la línea de meta. ¡Sí, incluso con ese accidente de última hora! Parece que ninguno ha sufrido daños, no se preocupen —una completa pena—. Y señores oyentes… ¡Contengan el aliento! No sé ustedes, ¡pero mi frío corazón aún va a cien por hora!

A Tyler, no obstante, se le paró. Después de la fugaz alegría por haber conseguido el libro, recordó que aún quedaba el misterio realmente aterrador por desvelar. Y tuvo un mal presentimiento.

—Los corredores están bajando de sus vehículos para ocupar el podio. Los demás tendrán que mirar a los victoriosos desde lo bajo. ¡Qué lástima! ¡Otro año será! Salvo para el desafortunado que ha quedado en último lugar. ¡Me parece que ha aprendido la valiosa lección de que esta no es una carrera que se pueda tomar a la ligera! ¡Más suerte la próxima vez! —le animó el comentarista, para luego añadir en voz más baja—... si la hay, Arthur Lauper.

Sho y Tyler volvieron a intercambiar otra mirada, pero esta vez de pánico. La peor de sus previsiones se había cumplido, y Arthur había perdido. Lo que significaba que aquellos malditos carnívoros ya estarían relamiéndose pensando en el jugoso bocado que sería.

—¡Ha sido un adelantamiento emocionante, caballeros! ¡Podréis disfrutarlo en vivo en cuanto tengamos listas las grabaciones de la carrera! Pero ahora, ¡centrémonos en la entrega de premios!

—¡Aprisa, Tyler! —exclamó Sho, puesto que éste se había quedado anclado en la tierra.

Se hicieron hueco entre la multitud, que escuchaba con atención los momentos finales del evento, en dirección a la pista, hacia donde se habían dirigido sus tres amigos para competir. Al llegar, tuvieron que frenarse, porque estaba llena de espectadores que se habían adelantado para asistir a la entrega del premio. Alexia se hallaba junto al resto de competidores, subida al podio, sobre el cual se situaba también Stella, en lo más alto; y el encapuchado, en el lado opuesto. Al verlos, les señaló con urgencia a su izquierda, por donde dos roedores, similares a Fervín, se llevaban al desafortunado tras una puerta.

Alexia no podía moverse de allí. Si lo hacía, interrumpiría la entrega y enseguida se darían cuenta de lo que pretendía hacer. Además, mientras Stella no tuviese en sus manos el libro, no podían huir.

Los chicos, entendiendo esto, siguieron a los guardias a través de la puerta, dejándolas a ambos solas. Por suerte, nadie se fijó en ellos, porque los mecánicos comenzaban a inundar el resto de la pista para revisar los vehículos.

Mientras Tyler y Sho se marchaban a rescatar a Arthur, se les pidió a los ganadores que posaran para hacer una foto al grupo, y pese a las reticencias, Alexia accedió para disimular. Tardaron poco tiempo, pero en todo éste, Stella no dejó en ningún momento de estar exuberante. Se bajó de su puesto para recibir el premio del propio Stuart, que le entregó el libro mientras decía unas bonitas y bien decoradas palabras sobre la emocionante edición de Corpore Sano, las falsas razones por las que se celebraba y los valores que pretendía enseñar.

Alexia, quieta junto al resto de corredores, sabiendo que tenía que guardar la compostura, no cabía en sí de rabia. ¿Cómo podían ser tan maquiavélicos? ¡Pensaban comerse a Arthur! La carrera sólo existía para su propio beneficio. Eran seres realmente aborrecibles.

Y... ¿qué demonios pasaba con Stella? Sonreía. Y con bastante alegría. ¿Acaso no se había dado cuenta aún de la situación por la que pasaban? En cuestión de minutos, tendrían que escapar de Lum, al menos, si querían que Arthur viviera. Por otro lado, Alexia observó otra peculiaridad de Stella, que sujetando con fuerza el libro contra su pecho, cualquiera diría que era un tesoro más importante que la victoria. Entrecerró los ojos. Algo no encajaba.

Entonces, Alexia se sobresaltó. Alguien había posado una mano de improvisto en su hombro, desde atrás, asustándola. Al volverse con rapidez, casi por acto reflejo para defenderse, le vio.

Uno de los encapuchados.



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Tyler y Sho siguieron, a una distancia de seguridad, a los roedores. Avanzaban más deprisa de lo que creían, y en un par de ocasiones les perdieron de vista entre los cortos y miles de pasillos que atravesaban. Finalmente, llegaron hasta una puerta de madera, pequeña, y por la que empujaron al preso, sujetándole incluso la cabeza para que no intentase escapar.

Uno de ellos cerró la verja tras de sí. Por lo tanto, cuando Tyler y Sho llegaron, se encontraron ante un obstáculo insalvable.

—¿Cómo la rompemos? —preguntó Sho.

Tyler observó con cuidado la cerradura, así como los barrotes. Pero era inútil. Ninguno de los dos tenía conocimientos para quitar el cierre. Ni mucho menos, suficiente fuerza para reventarla.

Sin embargo, no haría falta. Escucharon ruidos cercanos desde el otro lado, y tuvieron la suficiente discreción como para pegarse a la pared. Ambos roedores salieron, comentando lo fuerte que era el saltimbanqui de aquella vez. Pero debido a su visión lateral, descubrieron de inmediato a Tyler y Sho. La suerte volvió a jugar a su favor, y la sorpresa por el ataque imprevisto les pilló con la guardia baja. Aprovechando esos segundos, Tyler desenfundó su lanza y noqueó a uno con el extremo; mientras, Sho prefirió hacer uso de la espada para desarmarle y golpearle de lleno con un delicado movimiento de esgrima.

A ninguno de los roedores le dio tiempo a defenderse, y poco después estaban ambos inconscientes en el suelo.

—Supongo que de todas formas nos convertiremos en fugitivos en cuanto liberemos a Arthur —sonrió Tyler.

Tyler rebuscó en sus bolsillos hasta dar con un manojo de llaves que, esperaban, fueran las de la celda donde hubiesen encerrado a Arthur. Recogieron los cuerpos de los roedores y los bajaron con ellos por las escaleras que había más adelante y que, seguramente, llevasen hasta las mazmorras, con el fin de no llamar demasiado la atención dejándolos allí.

Al contrario de lo que cualquiera esperaría, el sótano no era un lugar lúgubre, construido cual cueva en las profundidades de la tierra y alumbrado únicamente por antorchas que, misteriosamente, siempre prendían. Qué va. Las paredes eran blancas, lisas y daban la impresión de pertenecer a un centro sanitario antes que a una prisión.

A lo largo del pasillo se situaban en cada lado varias puertas de metal, las celdas de los prisioneros, que apenas tenían una ventanilla con rejas a través de la cual se podía observar al recluso. Había ocho en total, por lo que se hacía un lugar algo pequeño de lo que también se cabría de esperar.

—¿Arthur? —musitó Tyler, sin saber dónde buscar.

Sólo desde una de ellas les llegó respuesta. No obstante, no precisamente a la pregunta de Tyler, sino que susurraba para sí maldiciones e improperios, por lo que probablemente no los había escuchado. Los chicos no le habrían prestado atención, si no fuera porque vociferaba cosas muy interesantes. Y también porque Arthur no contestó.

—¡Mierda! ¡Joder! ¡Cago en la puta! —malhablaba la voz—. ¡Esto no tenía que salir así! ¡Maldita rubia! Ya les dije que no era bueno en las carreras. ¡Y prometieron que otro sería el último! ¡Traidores!

—¿Arthur? —probó esta vez Sho, acercándose a la celda de la que procedía.

Dentro, un hombre algo más mayor que su amigo, de unos cuarenta años, les devolvió la mirada. Era bastante parecido a Arthur, pero también claramente más viejo. En cualquier caso, se habían equivocado de persona.

—Casi —le respondió, con ironía—. Pero yo soy mucho más guapo.

Lo cual era bastante discutible.

—¿Dónde está Arthur? —intervino entonces Tyler.

—Aquí no, idiota. ¿Es que no lo ves?

Tyler, como es natural, no le creyó. Ignoró al preso, pensando que les estaba tomando el pelo, y buscó por otras celdas.

—¡Arthur! ¿Me oyes?

—¿Cómo es posible? —se sorprendió Sho, sin dejar de mirar al recluso al darle vueltas a sus palabras—. Dijeron que el señorito Arthur perdió la carrera...

—Sí, y Arthur perdió la carrera. ¿Aún no te has dado cuenta de que tu jodido amigo está sano y salvo? ¡Fui yo quien quedó en último lugar! 

—¿Intentas hacernos creer que participaste como “Arthur”? —Sho abrió los ojos como platos.

—¡No le hagas caso, Sho! —le advirtió Tyler, que había terminado de registrar todo sin encontrar al muchacho—. ¿Por qué iban a querer sustituir a Arthur en la competición? No tiene ni pies ni cabeza. Y tú —le advirtió— no tenemos mucho tiempo hasta que alguien se dé cuenta de lo que pasa. Has visto a los guardias pasar con él, ¿verdad? Dinos adónde se lo han llevado.

—¡Qué no hay nadie más aquí, atontado! Estamos sólo nosotros tres —el hombre arrugó la nariz. Parecía que le desagradaba bastante la idea—. No hay pasadizos secretos, ni puertas ocultas. Esos bichos me han traído a mí.

No era tan descabellado. Ninguno de los dos había visto bien a Arthur entre los roedores, sino que se limitaron a seguirlos como pudieron. La forma y el color del pelo, tan parecidos en el auténtico y el impostor, les había engañado.

—No lo entiendo... —reconoció Tyler.

—Que os la han jugado, chaval. Del mismo modo que me la han jugado a mí. Malditos todos ellos.

—¿Entonces Arthur no ha corrido? —preguntó Sho.

—Oh, sí lo ha hecho, pero de su parte.

—Explícate.

En esta ocasión, el hombre se lo pensó más antes de contestar, como si meditara sobre la información de la que disponía, mientras se acercaba más a la ventanilla a través de la que se comunicaba con los chicos.

—Mmm... No, me parece que no. En unas horas, a mí me comerán y vosotros, con suerte, podréis continuar vuestro camino. No quiero tener que preocuparme durante mis últimos momentos que ellos vengan a por mí antes para rematarme. Y seguro que lo hacen de una forma más horrible que esos Cambiantes.

Sho suspiró.

—Hagamos un trato, señor. Nosotros le sacamos de aquí y usted nos cuenta todo lo que sepa.

—Admito que no me agrada tener que ocupar la posición de vuestro compañero —meditó el hombre, como si la propuesta de Sho no fuera algo en lo que ya había pensado, sino como un favor que les hacía.

—¿La posición de nuestro compañero? —ambos intercambiaron una mirada—. ¿Te refieres a Arthur? ¿Por qué dices eso?

—Primero el trato, pelmazo. No quiero pasar ni un minuto más aquí. Sácame y te responderé.

—No —respondió tajantemente Sho—. Si Arthur no está aquí, sólo tenemos que buscarle. Nos marcharemos y, como bien dice, “continuaremos nuestro camino”. Me parece que es usted quién no está en posición de negociar.

El hombre refunfuñó, pero acabó por esbozar una sonrisa ante la sagacidad del señorito.

—¿Tengo vuestra palabra de que me sacaréis de aquí, no? —ambos asintieron, y Tyler le enseñó las llaves que había quitado a los guardias—. Tampoco es que me fuerais a decir que no hasta que sepáis lo que queréis. Está bien, os lo contaré.
»Cuando ocurrió el accidente, mi jefe me ordenó descubrirme. Estábamos en los últimos segundos de la carrera, y no entendí la razón de su orden, pero me limité a cumplirla. Entonces, me embistió. ¡El muy cerdo me embistió! Mi vehículo cruzó la línea de meta aún descontrolado, y al minuto siguiente esos dos encantos —apuntó con la cabeza a los guardias inconscientes—. Me agarraron y me trajeron aquí. Como “Arthur Lauper”.

—Pero, ¿nadie se dio cuenta de que no eres Arthur? ¿El comentarista no se fijó? —inquirió Tyler.

—¿Tú qué crees? —enarcó una ceja—. Sea lo que sea lo que tienen preparado ellos, me parece que ya no les soy de utilidad.

—¿Quiénes son ellos? ¿Los encapuchados?

—Correcto. Vuestros mejores amigos a partir de ahora. A menos de que queráis venganza por lo que os hicieron —al ver las caras de sorpresa de los muchachos, se rió—. ¡No me digáis que ni siquiera os lo imagináis! Lo planearon todo. T-O-D-O. Son los responsables de que no seáis más que unos pobres vagabundos. Marlenia nunca más os recibirá por su culpa.

Tyler y Sho estaban impresionando. ¿Qué verdad era aquella? ¿Significaba que esos encapuchados habían hilado desde las sombras su expulsión de Marlenia? Y tenían, precisamente delante, a uno de ellos.

—¿Por qué ibais a querer que nos marcháramos de Marlenia? —preguntó Tyler, aún alucinado.

—Quién sabe —se encogió de hombros—. Sólo soy quien obedece las órdenes. Me uní a ellos porque… Bueno, eso es personal. Ni siquiera por librarme de un cazo de agua hirviendo os lo diría. Pero por algo más picante…

—Esto es más importante —le interrumpió Sho, antes de que se fuera por las ramas—. Debe de acabar de contarnos todo lo que sepa, señor. A ninguno de los tres nos gustaría que nos cazaran durante esta agradable conversación.

—Mmm… ¿Qué más querréis saber…? —meditó un momento antes de dar con la información oportuna—. Puesto que habéis participado en la carrera, tendréis curiosidad por Vasylia. O, como la llaman en el libro, la dama de Blanco.

—¿Sabe quién es?

—Por las historias que me han contado sobre ella —explicó—. No he tenido la suerte de leer el libro. Parece que la mujer es un vestigio de un alma de exquisita pureza que fue hace mucho tiempo devorada por un monstruo. Tal vez lo hayáis visto, porque cuando salisteis de Marlenia, estaba por los alrededores.

Y, en efecto, lo recordaron. Esa sombra aterradora, antes de llegar al cartel de Sunaly, que apareció y desapareció, dejándoles para siempre con el recuerdo de los peligros del exterior, sobre los cuales tanto les habían advertido, y de los que ya no les amparaba la protectora muralla de su tierra natal.

—¡Ahora lo recuerdo! —saltó Tyler, haciendo memoria—. ¡Había oído ese nombre antes! Jegrand me lo contó. Cuenta la leyenda que Vasylia era una antigua paladina, valiente y tenaz, que participó en las feroces batallas que dieron pie a la creación del mundo en el que vivimos. Cuando, por primera vez, perdió, fue incapaz de admitir su derrota y se sumergió en un profundo sueño, en un alejado Palacio de Cristal. Hasta el día de hoy, aún sigue esperando su despertar, tras el que podrá iniciar una nueva guerra para destruir el mundo.

—¿También te lo contó Jegrand? —se sorprendió el hombre—. El libro es el mismísimo diario de Vasylia, lo que reafirma su existencia, al menos. Cuál de las dos versiones es correcta, si fue devorada o está dormida… No sabría decíroslo. A lo mejor simplemente está muerta y estamos todos tan grillados que vemos fantasmas.

—¡Espera! —le interrumpió Tyler—. ¿¡Conoces a Jegrand!?

—Me parece que he hablado de más —confesó el hombre—. ¿Qué os parece si vais cumpliendo vuestra parte?

—No, primero responde.

—Podrá contártelo de camino —intervino Sho—. Ya ha pasado demasiado tiempo. Las damas estarán preocupadas, y los guardias vendrán en breves.

Tyler, enfurruñado, rebuscó entre las llaves y probó varias en la cerradura hasta dar con la correcta. El hombre salió contento, satisfecho, silbando incluso.

—Un placer hacer negocios con ambos —fingió que se quitaba un sombrero invisible ante ellos—. ¿Hablábamos de Jegrand, no?

—Sí, y no esquives el tema. ¿Qué tienes que ver tú con Jegrand?

Comenzaron a retroceder por el camino que les había llevado hasta allí, subiendo las escaleras y haciendo memoria de los pasillos que habían recorrido anteriormente en aquel laberinto, mientras el hombre era más reacio a contestar.

—Podríamos haber coincidido, sí. Era un buen hombre.

—¡Eso ya lo sé! —se quejó Tyler, a punto de enzarzarse de verdad en una pelea con él, que no hacía más que esquivar el tema.

—Chico, ¿de verdad no se te ocurren cosas más importantes que preguntar? Por ejemplo, y ya que no va a salir de vosotros… ¿Queréis un último consejo? —sonrió, por última vez—. Sobre la rubia. O quien dice ser…

Sin embargo, no pudieron escucharlo al completo. Los pasos de más de una persona resonaron en el pasillo siguiente, bordeando la esquina y alcanzando el suyo, donde se colocaron en fila para bloquear su camino toda una guardia de Cambiantes. Tyler y Sho sacaron sus armas, mientras el ex encapuchado se cubría tras ellos.

Los habían descubierto. Y sólo tenían dos opciones: luchar o correr.





—¡Suéltame, escoria! —exclamó Alexia, quitándole al encapuchado la mano de su hombro.

—Tranquilízate, Alexia —le respondió—. Soy yo.

Se quitó la capucha, revelándose ante su compañera. Arthur. Por fin. La joven bajó la mano, la cual aún había mantenido en alto por si tenía que usarla sobre la cara de quien había creído su enemigo.

—¿Qué demonios haces aquí? ¿No habías perdido la carrera?

—No, no he perdido —Arthur sonrió—. Vaya confianzas tenéis en mí… Tampoco entiendo demasiado bien qué ha pasado. Sólo que uno de ellos me cubrió con la capucha en la recta final. Por eso también me parece raro que me hayan anunciado como el perdedor.

Alexia suspiró, dándole un golpecito con el puño en el hombro, lo justo para que le doliera.

—No vuelvas a preocuparnos de este modo, saltimbanqui —le soltó, aún molesta—. ¿Dónde está el resto de esa secta?

—Están…

Arthur señaló a un punto vacío, donde juraría que, momentos antes, se habían reunido la escuadra de encapuchados al completo, a excepción del perdedor. Pero ya no quedaba nada de ellos. Habían vuelto a desaparecer con el viento.

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