lunes, 1 de julio de 2013

Capítulo 15

La ruleta que comienza a girar.



El crepitar del fuego atornillaba la mente ausente del herrero de Marlenia, que golpeaba de forma mecánica cada una de las piezas que iban pasando por sus manos. Su rostro tenía una mueca de disgusto marcada que no se le había dibujado desde que se casó con su mujer y se trasladaron a vivir a un lugar lejos de sus insoportables suegros, donde abrieron una panadería en la planta superior y una herrería en el sótano, para satisfacción de las ambiciones de ambos y una mayor unidad en la familia.

Por desgracia, no sucedió tal y como imaginaban.
Su impulsiva hija menor, siempre inconformista y con una envidia enfermiza por su hermano, había cruzado el límite del que ni siquiera su viejo padre podría sacarla: había sido detenida por los guidarios, siendo el jefe su propio hermano, y condenada a la muerte junto a un grupo de totales desconocidos.

Los golpes del martillo se intensificaron.
¡Cómo se le ocurrió infringir las leyes que se dictaban en la ciudad! Ah, su Alexia y sus ansias de libertad eran algo con lo que nunca habían podido lidiar, pero siempre había tenido la pequeña esperanza de que un buen día conocería a alguien que fuera capaz de mantenerla atada. Atada...

Pensó en su mujer, la vivaracha panadera, que con el paso de los días había perdido todo el esplendor que la caracterizaba. Su amplia sonrisa se había visto sustituida por un amago agrio que había contagiado al resto de miembros de su casa. Incluso Krauss perdía las energías conforme llegaba a casa cada noche, cada vez más cansado, enfadado y asustado de algo que no podía explicar a sus padres, cuyas preguntas siempre habían sido evadidas con respuestas tan ariscas que costaban creer que pertenecieran a él.
Apartó el hierro del yunque y lo miró con ojos nebulosos.

A su mente le vino rápidamente la imagen de la nueva alcaldesa, la tal Arlene, cuyo manto de rigidez y frialdad se había extendido por la antes alegre ciudad. Dedicaba sus días a organizar redadas y meterse en los asuntos de los guidarios, presionándolos hasta el punto en el que podían tirarse días fuera antes de que volvieran, y había quien no volvía. Llevaba días oyendo llorar a sus vecinos por la muerte de sus dos hijos en el exterior, y si paseabas por la noche por las calles de la ciudad lo más probable era que escucharas los lamentos lastimeros de aquellos que habían sido expulsados de sus hogares por orden de la alcaldesa.
El mundo se estaba volviendo loco.

Dejó el martillo sobre el yunque y arrastró los pies hasta la escalera que llevaba al salón, allá donde su mujer comenzaba a cerrar la tienda. Estaba asomada al cristal de la puerta, viendo pasar a un grupo de guidarios que se dirigían a organizar una redada en una de las calles de la zona. Suspiró, se limpió las manos de harina con su delantal y se giró hacia donde se encontraba él, dando un sobresalto al verle.

—Papá, ¿qué haces ahí plantado? —le regañó ella —. Pareces un fantasma.

Y era cierto. Últimamente se había concentrado tanto en el trabajo que había olvidado necesidades básicas como comer o dormir, que solo realizaba cuando su cuerpo llegaba al límite.

—¿Dónde está Krauss? —quiso saber el padre.

—Aun no ha llegado. Hace un par de horas llegó del exterior y ha tenido que hacer su reporte en el ayuntamiento —la mujer dejó escapar un suspiro —. No le dejan ni respirar.

—Es el jefe guidario —respondió el padre, que se dejó caer en un taburete cercano —. Tiene el deber de vivir para ayudar a los demás.

—No es cierto —murmuró la panadera —. No es cierto.

—¿Qué dices, mujer?

—Digo que esa nueva alcaldesa no está haciendo nada bueno por nuestra ciudad —puso las manos en jarras y se giró hacia su marido, que la observaba con mirada ausente —. Nos tiene encerrados en nuestras propias casas y manda a morir a chiquillos allí afuera, como si no tuviéramos bastante con que el pequeño grupo no haya sido encontrado. Maltratan a los pobres, inmunizan a los ricos...¿qué está pasando con Marlenia? —su voz se quebró, y unas gruesas lágrimas desbordándose por sus mejillas la obligaron a parar.

—Krauss protege a los chicos que puede.  Lo sé, lo conozco. Pero hay algo que se nos escapa de las manos a todos, mamá —el hombre caminó pesadamente hasta donde ella se encontraba y la abrazó por los hombros —. Tenemos que confiar en que Alexia siga viva allá afuera y que Krauss encuentre lo que está buscando.

—Pero, ¿qué busca, papá? ¿Qué hay ahí afuera que merezca tal derramamiento de sangre?

—Pregúntaselo cuando vuelva.

Y como si se hubiera tratado del destino, unos golpes secos se escucharon en la puerta. El rostro de la mujer se contrajo en una expresión de horror, pero el herrero la tranquilizó y se levantó para abrir. Primero miró a través de la cortina que impedía que la gente viera lo que ocurría dentro de la tienda y vio una silueta oscura que parecía cargada de adorno y que, silenciosa y paciente, esperaba a que alguien le abriera la puerta.

Al no tratarse de su hijo se lo pensó por unos instantes. Krauss le había advertido que no debía dejar entrar a nadie en casa si no era él, y aunque le resultaba absurdo tal nivel de proteccionismo sabía que él no decía nada por nada, así que habló a través de la puerta.

—¿Quién es? —su voz sonaba tan quebrada que casi no parecía suya.

No hubo respuesta.
El hombre tragó saliva y volvió a asomarse por el cristal. La figura seguía allí esperando, y daba la sensación de que no se movía ni para respirar. Su mujer corrió hasta el mostrador, de donde cogió un rodillo y se lo entregó a su marido. Luego se alejó hasta las escaleras, donde se sentó y comenzó a rezar en voz baja mientras se balanceaba. Entonces hizo acopio de todo su valor y abrió lentamente la puerta, con el rodillo alzado en una posición de ataque que no tardó en realizar cuando dejó la puerta atrás.

Por desgracia, la sombra se desvaneció y él cayó abruptamente a los adoquines. Se retorció ante el fuerte impacto contra la piedra y la fragilidad de su cuerpo, que parecía haberse caído desde lo alto de una montaña. Intentó recuperar el aliento al tiempo que buscaba con la mirada a la sombra que antes se encontraba en su puerta.

De pronto, un fuerte impulso lo llevó a elevarse del suelo y lo arrastró hasta el interior de la casa.  Contempló horrorizado como su mujer se levantaba de su puesto de la escalera y exclamaba ruegos para que lo soltara, sin éxito alguno hasta que decidió estamparlo contra el puesto de la panadería.
Entonces miró a su atacante.

—Ha pasado mucho tiempo, futuro consuegro —la mística voz de la exótica mujer de cabello oscuro, la encantadora de animales del único circo de Marlenia —, pero no tanto en un futuro próximo.

—¿Dana? —gimoteó el herrero, comprobando que no se había hecho daño en la cabeza —. ¿A qué viene tanta violencia?

—Si hubiéramos tardado medio segundo más los guidarios hubieran vuelto de la redada —un corto silencio hizo más misteriosas sus palabras —. La sangre hubiera bañado tu puerta.

—Claro, y no quieres eso para ti.

—No quiero eso para los guidarios.

Otro silencio los envolvió.
La panadera, que también la había identificado, no tardó en dar grandes zancadas y cerrar la puerta con una expresión severa.

—¡Otra vez tú! —gruñó la mujer —. ¡Tú y tus brujerías! ¿Crees que mi pequeña Alexia se iba a conformar con un hombrecito de circo que hable como tú? Se nota que no conoces a mi niña.
Dana sonrió de lado y ayudó al hombre a levantarse. Luego observó a la mujer y le dedicó una mirada amable.

—Nadie diría que nuestra amistad es cierta si nos vieran cada vez que hablamos.

El apretado rostro de la mujer se relajó al instante.

—También tienes razón. Pero no me gusta que digas esas cosas, esos niños tienen derecho a elegir —se quejó la mujer mientras se acercaba a la cocina tras la tienda —. ¿Te puedo ofrecer algo, querida?

—Tus bollos de leche han estado estupendos hoy —sonrió la domadora. Cuando la esposa se alejó a la cocina el herrero, aun dolorido por el fuerte golpe que le había propiciado, la invitó a sentarse en las sillas que tenían a la derecha de la entrada, donde antes había compartido desayunos, almuerzos y cenas con sus hijos ausentes. Una punzada de dolor llegó hasta su pecho, pero no se hizo patente en su rostro demacrado.

Dana se sentó y él no esperó a hacerlo para comenzar a hablar.

—Mi querida Dana, hacía muchos años que no te oía hablar de esa forma.

—Mi videncia había sido sellada hace siglos por razones obvias —se revolvió en su asiento y evitó su mirada, concentrándola en una de las esquinas de la mesa —. Pero él...se ha visto obligado a devolvérmela.

—O ha muerto —añadió el herrero.

—No es así —respondió ella con calma —, o no del todo.

—Lo suponía, pero a veces prefiero que ese bastardo de Jegrand siga muerto —el hombre escondió la cara entre los dedos. Ahora parecía más agotado que nunca.

—Todos los hombres y mujeres viven, querido amigo, siempre y cuando dejen un retazo de ellos en el mundo.

—He oído eso miles de veces en el pasado, y me lo he repetido noche tras noche... —su rostro compungido se alzó de pronto —. Pero no me devolverá a mis hijos, Dana, y tampoco al tuyo.

—El destino siempre sabe lo que hace.

—Del destino nos reímos todos hace mucho.

La panadera salió de la cocina con cuatro bollos de leche de un aspecto delicioso. Cruzó la entrada y le ofreció el plato a Dana, que tomó uno y lo mordisqueó ampliamente.

—También es cierto, y es hora de que lo arreglemos —busco entre sus ropas hasta que sacó un trozo de papel y lo extendió sobre la mesa —. Este símbolo escapa a mi visión, pero sé que lo tenéis vosotros desde aquella vez. ¿Podríais entregármelo?

La pareja se miró entre sí con preocupación, lo cual llamó la atención de Dana, que los escrudiñó con la mirada hasta que la panadera suspiró en un gesto obvio de derrota. Se secó el sudor de las manos en el delantal de trabajo que se había puesto para preparar los bollos, suspiró y rió sin ganas justo antes de responderle.

—Yo...bueno... —soltó otra risotada seca —...la verdad es que no hacía nada en el sótano, y como era muy bonito... —colocó uno de sus mechones tras la oreja —...se lo regalé a mi Alexia.

—¿¡QUÉ!? —el grito de Dana resonó en la habitación como la furia de una bestia —. ¿¡CÓMO HAS PODIDO!?

El hombre tembló ante ese cambio tan brusco, pero su mujer no se echó atrás.

—¡Era una baratija que no podía hacer daño según tú! —exclamó, poniendo los brazos en jarras —. ¡Y ahora me vienes con esas, como si no hubieras tenido tiempo para comprobar si de verdad había peligro!

—¡ESCAPA A MI VISIÓN, CHALADA! —rugió Dana —. ¿¡ES QUE AUN NO TE HAS DADO CUENTA!?

—¡Basta! —gruñó el herrero, callando a las dos mujeres —. El amuleto está fuera y esa cosa también. No lo arreglaréis gritándoos una a la otra.

—Oh, mis queridos amigos —gimoteó la madre de Arthur, llevándose sus manos temblorosas a la cara —. Nuestros niños ahí afuera, y esa loca de Arlene en el poder...¿qué vamos a hacer?

—Lo de siempre, Dana —sollozó la panadera, uniéndose a sus lágrimas —. Esperar a que el destino lo ponga todo en orden.









—Maldigo al destino y al chihuahua gigante que está haciendo guardia —gruñó Alexia mientras veía al perro con armadura pasear por las puertas que llevaban a la prisión —. Y tú, Stella, ¿podrías dejar de echarte sobre mi?

—Claro —murmuró la rubia, clavando aun más sus codos sobre los omoplatos de Alexia —. ¿Está bien así?

—Cuando me levante, te voy a matar.

—Por favor, silencio —susurró Arthur, colocándose un dedo sobre la boca. Les habían dicho que Tyler y Sho habían corrido hasta la prisión donde supuestamente iban a devorarle —. No hay movimiento. ¿Creéis que los habrán atrapado?

—Tyler no es de esos —Alexia le lanzó una mirada fugaz y Stella carraspeó tras hablar, fijando su atención hacia otro lado —. El falso líder solo sabe dar problemas cuando lo que debería es ordenarnos, pero tampoco podemos esperar mucho de él.

—Como sea, tenemos que meternos ahí dentro y sacarlos —dijo Arthur —. Alexia, ¿podrías encontrar alguna forma de distraer al guardia? Eres la más lenta de los tres y podrías estar en peligro ahí adentro.

—C-claro, ¡será pan comido! —balbuceó la muchacha, levantándose de pronto y llevando a Stella unos metros atrás a causa del impulso.

Se dispuso a caminar hacia adelante cuando apareció un loro corriendo hacia donde se encontraba su compañero, que lo miró perplejo.

—¿Qué ocurre, camarada? —le preguntó el chihuahua.

—¡Horrible, compañero! El prisionero ha... —pero no le dio tiempo de terminar la frase, pues el fuerte golpe de una patada lo impulsó hasta el suelo. Su compañero alzó el lanza que cargaba hacia el sujeto que se encontraba sobre el loro, pero el escalofriante frío del acero lo dejó congelado.

—Baja el arma —ordenó una voz en la oscuridad. El chihuahua obedeció rápidamente, temblando, pero quedó inconsciente tras el sonido de un fuerte golpe procedente de la penumbra. Alexia retrocedió hasta donde se encontraba Arthur, que se puso en guardia unos momentos hasta que reconoció a quien estaba sobre el loro.

—¡Sho! —exclamó el acróbata, corriendo hacia donde estaba —. ¡Habéis escapado! ¿Dónde está Tyler?

Éste no tardó en salir de las sombras con una sonrisa satisfecha, seguido del hombre al que habían confundido con él. Parecía cansado por una intensa carrera y, por su expresión de asco, a disgusto con la compañía a la que habían llegado.

—¿Quién es este tipo? —preguntó Alexia, tan a disgusto como él.

—Un... —la verdad es que Tyler no sabía cómo catalogarlo —...tiene información muy importante.

—Cosas sobre el libro muy importantes, señorita —añadió Sho.

—Entonces está bien que venga con nosotros —afirmó Arthur —. ¿Estás bien?

Pero el hombre que tanto se parecía a él no respondió. Como si el chico hubiera atado su boca, no separó los labios ni un solo momento, ni siquiera cuando le dirigía miradas intermitentes que tanto llevaban escrito en ellas.

—Qué amable —gruñó Alexia —. Bueno, vámonos. Stella debe estar esperándonos atrás.

El grupo, dirigido por la chica de cabello largo, caminó en dirección al lugar de donde habían salido con la esperanza de encontrar a Stella escondida allí.
Sin embargo, estaba vacío.
Al principio se miraron confusos, clavando sus ojos en Alexia, que les respondía a todos con una negación incrédula. Por la expresión angustiada de su rostro era fácil deducir que ella se encontraba tan extrañada como los chicos, incluido el propio Arthur, que había estado en la escena también cuando se habían cruzado.

—¿Adónde ha ido? —preguntó por fin Sho.

—Yo... —Tyler enarcó las cejas al ver por primera vez una respuesta tan asustadiza por parte de Alexia —...no lo entiendo. Ella estaba con nosotros hace nada.

—¿La habrán secuestrado? —preguntó Arthur, llevándose una mano al mentón.

Entonces, una risa seca resonó entre las preguntas intermitentes. Todos alzaron los rostros y vieron que el misterioso hombre que tanto se parecía a su compañero se divertía a su costa, con una sonrisa cínica dedicada a cada uno de los presentes.

—¿De qué te ríes, estúpido? —le interpeló Alexia, llevando una de sus manos a su estoque —. Porque si te parece divertido que hayamos perdido a una de las nuestras, podemos comprobar si te ríes más con una oreja menos.

—Idiotas —se limitó a decir el amenazado, encogiéndose de hombros con torpeza.

—Hijo de...

—Basta, Alexia —dijo Tyler, alzando una mano en su dirección. El hombre sonrió triunfante y la muchacha, sintiéndose sometida por las circunstancias y la preocupación de sus compañeros, apartó la mano del arma con un chasquido de lengua y se alejó lo máximo posible de aquel individuo tan insoportable, quedándose a espaldas del grupo. Nadie lo mencionó, pero su rostro estaba contraído por la rabia y sus dedos temblaban a causa de la furia que le provocaba haber perdido de vista a su compañera.
Entonces escuchó un fuerte sonido seco tan cerca suyo que el instinto la obligó a girarse para encontrar que Tyler había desplomado al hombre y se encontraba sentado encima suya, sujetándole del cuello de la camisa con una violencia abrumadora.
Y aun así, sonreía amablemente.

—Creo que no hemos hablado como es debido —la voz del chico estaba falsamente endulzada, lo que le hacía parecer aun más violento —. Nuestra compañera de viaje y amiga, Stella, se ha perdido por algún lado y tengo la pequeña sensación de que sabes hacia dónde se ha dirigido —lo alzó del suelo y lo golpeó contra el mismo —. ¿Te importaría decirnos dónde está Stella para que podamos seguir nuestro camino?

El hombre parecía tan asombrado como el resto de miembros del grupo, que miraban atónitos a Tyler mientras mantenía su posición amenazadora. Sho tragó saliva y se acercó con cautela, evitando trastocar los nervios del mendigo más de lo que ya parecían estar.

—Ella no es tu amiga Stella —reveló con voz ronca —, aunque pertenece a la familia Arellanes. Su nombre es Hesper, y hace años la sacaron del corredor de la muerte en Marlenia para trabajar para ellos. Y eso no es todo...

—¿Qué? —preguntó Tyler, ansioso.

—Es la maldita hermana gemela de esa chica, por lo que sugirió ocupar su lugar para robaros el libro.

—¿Cómo...?

—Digo que si no os dais prisa vais a perder la única pista que os puede salvar. ¿Sois retrasados o es que os gusta que os peguen?

—Mierda —farfulló Arthur —. Mierda, ¡mierda!

El acróbata echó a correr hacia el único camino que había libre, observando atónito la enorme confusión que se había formado con la fuga del prisionero. Los cambiantes corrían de un lado a otro hablando en su emperifollado idioma y gimoteando palabras que no tenía tiempo para comprender. Acabó en un espacio de tierra lo suficientemente grande como para poder ver los caminos que llevaban a la superficie, y entre ellos a una mujer de cabello dorado que ascendía por ellos con bastante diferencia de distancia si seguías el mismo camino.

Por suerte, Arthur tenía una ventaja que no poseía las personas normales. Sacó la daga de su cinturón y lo sujetó a la inversa. Luego echó a correr a través de la multitud, esquivando con una agilidad asombrosa a los animales alborotados, saltando por encima de uno justo antes de inclinarse para coger carrera, realizar un spring y...saltar.
A pesar del gran salto que Arthur había dado hacia una enorme estalagmita, la distancia era demasiado grande como para poder llegar, o eso pensaba Arthur cuando sentía que sus dedos no llegaban al final y la gravedad hacía su trabajo con él, llevándolo cada vez más y más hacia el abismo. El negro cada vez estaba más cerca, y con ello, la muerte.

—¡No! —gritó con un último esfuerzo, inclinándose hacia delante y alzando la daga hasta que el roce creó chispas y, al poco, se clavó fuertemente en la piedra. Se quedó balanceándose durante unos segundos mientras intentaba llevar el corazón de su garganta a su pecho, luego rió y miró hacia arriba, donde podía ver a Stella, o Hesper, a mucha menos distancia que antes —. Vamos, esto es como el teatro. Concéntrate.

Así, comenzó a escalar con ayuda de su daga hacia los pisos superiores. Hesper, por su parte, cogió una de las estanterías incrustadas en las paredes y lanzó los libros hacia el abismo con intención de que él se cayera, pero por suerte lo esquivó y pudo seguir subiendo. Entonces apareció fuego de los pisos inferiores, y la fuente de conocimiento que tan bien habían preservado los cambiantes fue desmoronándose con las acciones de la chica y las llamas que la seguían. Todo se estaba yendo al carajo.

Por suerte, Arthur pudo llegar a estar apenas a unos metros de ella, y entonces volvió al camino principal, donde pudo verla con el libro en la mano y los encapuchados a su lado. Ésta lo mantenía alzado en su dirección, esperando a que lo recogieran con una calma asombrosa.

—¡Stell...! Quiero decir, ¡Hesper!

La chica reaccionó al instante, se giró lentamente hacia donde estaba él solo para dejarle boquiabierto por el asombroso parecido que tenían. Realmente eran gemelas.

—Aquella vez en la torre fuisteis igual de estúpidos —comenzó ella —. Por suerte ese calzonazos de la lanza se calló y me permitió llegar hasta aquí.

—¿Tyler? —eso lo confundió un poco, pero no quiso hacerse más preguntas —. ¡Devolvednos el libro!

—Ven a por él.

Arthur iba a tomar su palabra en serio cuando un fuerte chirrido familiar comenzó a hacerse cada vez más fuerte. Hesper se sorprendió, y los encapuchados parecían más tensos que de costumbre cuando vieron acercarse una moto de carreras a trompicones por el camino principal. Gracias a ese escándalo no vio venir al acróbata, que le dio un codazo en el hombro que hizo que dejara caer el libro, y ellos al suelo. Arthur reaccionó rápido y se arrastró por el suelo para llegar al objeto, pero Hesper lo agarró por los tobillos y lo empujó hacia atrás, subiéndose sobre él y clavando sus rodillas para evitar que hiciera más movimientos, pero él estaba demasiado acostumbrado a cargar con presiones en sus músculos y pudo levantarse, tirándola hacia atrás y quedando él de rodillas. Los encapuchados no reaccionaba, aunque notaba que uno de ellos disfrutaba con la disputa que mantenían, pero no sabría decir cómo lo sabía.

Finalmente el vehículo llegó hasta donde ellos se encontraban, conducido por Alexia, con Sho detrás, seguido del hombre —que ahora se encontraba atado — y finalmente por Tyler, que no esperó a que frenara para bajar del vehículo, armado.

—¡Vosotros! —exclamó, lanza al frente —. ¡No hacéis más que crear problemas allá por donde vais!

—Así es —musitó uno de ellos, el aparente líder, que dio un paso al frente —, nosotros creamos problemas y vosotros lo solucionáis como auténticos héroes.

—Halagarme no te va a salvar, ¿¡dónde está Stella!?

—¿Te refieres a la hermana de nuestra Hesper? —el encapuchado ladeó la cabeza y pudo distinguir una sonrisa entre las sombras —. No lo sé. Ella nunca me cuenta qué es lo que hace con sus víctimas, aunque no es de las que suele dejar huella.

Un escalofrío recorrió la espalda de Tyler, que miró hacia Arthur y la chica rubia, que continuaban forcejeando con la esperanza de llegar hasta el libro. El líder se acercó lentamente, pasó a la pareja y lo cogió con una calma asombrosa, como si no esperara que nadie le atacara. De hecho, ni siquiera él movió un dedo para detenerle. El hombre lo abrió y buscó en el mismo tranquilamente hasta que se paró en una página.

—Dice así la profecía —comenzó —. Cinco héroes fueron, cinco serán, pues el destino los hace uno.

Tyler no esperó a que continuara, y alzó la lanza en su contra. Él no reaccionó.

—La curiosidad los habrá arrullado y la sangre les habrá dado calor.

El encapuchado giró sobre sus pies y esquivó con facilidad la lanza del chico, que alzó su katana para realizar un corte horizontal.

—La curiosidad los habrá arrullado y la sangre les habrá dado calor.

El desconocido volvió a esquivarles, quedando a poca distancia de Arthur, que ahora tenía a Hesper sobre él retorciéndole el cuello.

—¡Cruzarán los ríos de la verdad y gritarán por su sino maldito!

Tyler atacó de nuevo con la katana. El resto del grupo salió de la moto y arrastraron al hombre atado hasta una roca, donde lo inmovilizaron para ir a ayudar.

—¡Y por ellos caerán los sabios, los estudiosos y los filósofos bajo el fuego redentor!

Tyler sabía de alguna forma que su nuevo ataque iba a fallar.

—El luminiscente faro tornará hacia Vasylia, que recibirá en su seno al destino...

Pero no falló.
Y no fue porque él no le hubiera podido esquivar con facilidad, sino porque se encontraba inmovilizado por otra persona que no esperaba.
Una brillante cabellera rubia que centelleaba tras la enorme espada del encapuchado herido.

—¡Stella! —exclamó Tyler.

—¡Coge el libro! —chilló la chica. Él obedeció y se lo quitó al hombre de sus brazos, dejándole arrodillarse y cubrir su herida para desvelar a su amiga, que se encontraba atrás con una sonrisa maligna —. Lleváoslo en la moto, puede ser útil. ¡Vamos!

—Los ojos verán —musitaba el hombre —, los oídos escucharan —seguía él mientras lo cogían de los hombros —, los sabores catarán, los olores olerán. Oh, Tyler... —cuando éste iba a arrastrarlo hacia el vehículo el hombre lo tumbó con un movimiento ligero. El fuerte sonido de la piedra chocándose con la piel del chico resonó en toda la estructura —...el tacto tocará.

—¡Tyler! —gritó Arthur, pero no se echó sobre ellos, como si una pared invisible le impidiera acercarse.

—Si te consuela, volveremos a vernos —musitó el desconocido —. Confío en el destino.

Tras eso, el encapuchado se levantó del suelo y volvió a su grupo, donde se incluía el hombre que anteriormente habían salvado de la cárcel. Éste se despidió con un gesto, y cuando Tyler pestañeó ya habían desaparecido.
En su lugar, solo quedaba un único camino despejado que parecía haber sido creado para que ellos lo siguieran, y el libro entre sus brazos.

—¿Chicos? —preguntó Tyler, buscando a sus compañeros.

—¡Estamos bien! —escuchó gritar a Alexia, que se encontraba junto a Arthur.

—¡No, no estamos bien! —gritó Sho.

Cuando Tyler se giró pudo ver como el chico de alta alcurnia tenía entre sus brazos a la chica de cabello rubio, que se sujetaba con fuerza el costado izquierdo, del cual salía una ingente cantidad de sangre que había manchado gran parte de su ropa. No tuvo que pensar mucho para reconocer que era una herida de espada. Su katana. Comenzó a sentir vértigo.

—No podemos tratarla aquí —comenzó Arthur —.Debemos salir.

Sin pensárselo dos veces, Sho ayudó a Stella a que se apoyara en él  y caminaron hacia la salida. Arthur los siguió, y Alexia protegió la retaguardia junto a Tyler.

—Oye —dijo él —. ¿Dónde está Hesper?

—No hay Hesper —respondió ella.

—¿Qué quieres decir?

—Mejor pregúntale a Stella cuando salgamos. Si es que salimos... —Alexia negó con la cabeza bruscamente —. ¡Vámonos!

Y echaron a correr hacia la salida, con más dudas que con las que llegaron allí y la duda de si las respuestas se encontraban en sus manos, pues aunque tenían el libro de "La Dama de Blanco" ellos sentían que el extraño viaje en el que se habían visto envueltos no hacía más que comenzar.

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