domingo, 27 de noviembre de 2011

Capítulo 3

Condena


La cueva se venía abajo, las paredes se estrechaban a medida que avanzaban. El grupo corría torpemente entre las piedras que caían sin cesar, apenas molestándose en esquivarlas. Arthur, quién avanzaba con aparente facilidad, señaló a gritos un gran agujero situado en lo más alto del muro que cerraba el camino. A causa del fragor que retumbaba dentro de la cueva nadie pudo oír lo que el chico decía, pero todos entendieron lo que quería. El joven acróbata se dirigió hacía la pared a gran velocidad y corrió por ella de forma increíble, dio un salto y se agarró al extremo del saliente, ya estaba en el exterior.

―¡Arthur! ―gritó Tyler mientras, tras un pequeño impulso, le arrojaba su lanza―. ¡Cógela!
―¡La tengo! ―Arthur cogió la lanza por un extremo y estiró el brazo hacia sus compañeros que seguían en el interior de la cueva―. ¡Ahora, subid todos!

Uno a uno, rápida pero serenamente, fueron agarrándose a la lanza y saliendo al exterior. Apenas había terminado de subir Alexia cuando, tras un último estruendo, la cueva se vino abajo, provocando que el suelo se hundiera tras de sí. Todo terminó con el ruido de pequeñas piedrecillas rebotando entre las runas, luego llegó la calma. Todos se dejaron caer al suelo, exhaustos.

Se encontraban en un claro, rodeados de un precioso bosque de árboles altos y de abundantes arbustos, de color verde opaco, la luz del Sol apenas llegaba tras las grandes copas de los árboles. Una fina neblina recubría el bosque entero junto a un suave y agradable aroma a humedad. Acompañados del silencio que reinaba en la floresta permanecieron callados un largo rato, sentados y respirando ajetreadamente el aire fresco que impregnaba el ambiente del arbolado.

―¡¿Estás loco?! ―gritó Tyler dirigiéndose a Sho, rompiendo el silencio en el que pocos instantes antes se hallaba.
―¿Qué pasa contigo? ―dijo frunciendo el ceño.
―¡Casi nos matas a todos!
―¡Os he salvado a todos, dirás! ―corrigió molesto.
―¿En un intento de aplastarnos bajo las rocas? ¡No gracias! ―le replicó mientras le agarraba por el cuello de la camisa.
―¡No me toques! ―exclamó alterado y apartándole el brazo―. Si a tu enemigo no puedes vencer, y una salida no puedes ver, usar el coco es tu deber.
―¿Tú eres tonto? ―contesto atónito.
―Bueno chicos, yo ya he oído suficiente ―intervino Stella mientras se levantaba―. ¡Si no calláis os juro que…!―añadió con la cabeza bien alta, sin terminar la frase.
―Una dama no debería intervenir en asuntos viriles ―Sho le dedicó una sonrisa.
―¡Machista! ―se levantó Alexia uniéndose a la controversia.
―Chicos, por qué no… ―empezó Arthur en un intento de apaciguar la situación, sin éxito.

La escaramuza se prolongó de forma inesperada, gritando y sin escuchar lo que decía el prójimo. Siguieron discutiendo durante una larga hora, rompiendo la calma que imperaba en el bosque. Poco a poco fueron bajando de tono, hasta que, de pronto, todos guardaron silencio. Tras un breve instante de incertidumbre Sho preguntó:

―¿Y ahora qué?
―Recapitulemos… ―empezó Stella―. ¿Dónde está la mujer albina? Llegamos a la cueva siguiendo a Ale…
―¡Ajá! ―la interrumpió Tyler con cierto regocijo, señalando a Alexia con el dedo índice.
―Oh, no. Otra vez no ―suspiró Arthur.
―¡¿Ajá?! ―repitió la chica indignada―: ¡Di lo que tengas que decir, vagabundo!
―¡A callar! ―se impuso Stella―. Deberíamos volver a Marlenia, pero la cueva por donde venimos está completamente en ruinas ¿Alguna idea?
―Si no me equivoco deberíamos ir hacia suroeste ―observó Alexia―, de alguna forma deberíamos encontrar los grandes muros de Marlenia.

El grupo asintió y se dirigió hacia el suroeste. Sin mucho tema de conversación avanzaron por el bosque maravillados. Por primera vez en su vida habían salido al exterior, solo los guidarios estaban autorizados a salir de la ciudad. De algún modo sentían que todo era nuevo.

Sin ningún tipo de intervención humana, la arboleda se había expandido y crecido sin control, un hecho que dificultaba su avance hacia el suroeste, debían estar muy atentos de no perderse, de lo contrario estarían en un buen problema, y aunque todos habían recibido una buena formación, su experiencia era poca o nula en relación al mundo exterior.

―Me pregunto cómo estarán las cosas en la ciudad ―empezó Arthur, aburrido después de tanto andar―, al final no hemos encontrado nada, ni del asesino que atacó al guidario, ni de la mujer albina.
―Haría falta algo más que un vulgar asesino para desestabilizar el sistema defensivo de los guidarios, que ha perdurado durante siglos ―añadió Tyler despreocupado―. No me gusta tener que reconocerlo, pero su táctica y organización son impolutas.
―Un asesino es un asesino, no hay que descuidarse ―afirmó Stella pensativa.
―No seáis insensible, Alexia debe estar preocupadísima por su hermano ―dijo Sho con una suave sonrisa, mientras se acercaba y cogía a la chica por el hombro.
―Krauss puede protegerse solito, no necesita que nadie se preocupe por él ―sentenció la chica con brusquedad, mientras apartaba a Sho y aceleraba el paso, adelantándose y ganando distancia respecto al grupo.
―La muchacha tiene carácter… ―suspiró el chico desilusionado.
―¿Se habrá mosqueado? ―preguntó Arthur sin recibir respuesta.

El bosque parecía infinito, era tan vasto que resultaba laberíntico. De pronto, Alexia, quien se había adelantado, se paró en seco, sorprendida. Detrás de unos arbustos un camino asfaltado cruzaba el arbolado. Una larga hilera de farolas, hechas de piedra, acompañaba al sendero, y, aunque emitían una suave y leve luz de color esmeralda, estaban recubiertas de moho y daban un aspecto solitario.

―Parece que hace mucho tiempo que nadie pasaba por aquí ―observó Stella, que acababa de llegar al nuevo escenario―, tanto el pavimento como las farolas están cubiertas de musgo.
―Apostaría algo a que conduce a Marlenia ―añadió Arthur sonriente, mientras alcanzaba a las chicas junto a Sho y Tyler.

Sin decir nada Alexia avanzó por el camino, hacía el suroeste, algo le decía que hacía allí se llegaba a la ciudad. El grupo la seguía a cierta distancia, sin perderla de vista.

La multitud de conversaciones que surgieron hicieron, esta vez, más amena la marcha. Arthur les habló de la vida en el circo, de las virtudes y habilidades de su madre, Dana Lauper, la encantadora de animales. Hasta les invitó a visitar el circo una vez hubieran vuelto a la ciudad. Sho habló durante un largo rato sobre su vida cortesana y sus vicisitudes, de lo aburrido que resultaba el entrenamiento o de lo maravillosa que era su madrastra Arlene. Incluso Stella les contó su día a día trabajando como camarera en el A-bruma. Tyler relataba sus aventuras y desventuras como vagabundo y los chismes que había oído por las calles, algunos de ellos de lo más insospechables. 

―Así que Nielsen, ¿eh? ―sonrió Sho―: entonces Jegrand Nielsen debía ser tu padrastro, ¿no?
―¡Así es! ―conestó Tyler orgulloso y con una gran sonrisa―. ¡El hombre más fuerte! Me enseñó todo lo que sé.
―Fuertísimo ―afirmó el chico, que con una suave sonrisa añadió―, lástima que no tuviera la misma contundencia en política que en batalla.

Se hizo un silencio inquietante. Tyler, tras la sorpresa, frunció el ceño y aceleró bruscamente el paso, mientras renegaba, dejando atrás al grupo.

―Parece que tienes la virtud de dar donde más duele ―le acusó Stella.
―Creo que es obvio que no le ha sentado nada bien ―sentenció Arthur, cruzando los brazos, con decepción.

El camino resultó ser de una gran extensión y pasó mucho tiempo hasta que no llegaron a su final. Cuando Stella, Arthur y Sho terminaron por llegar encontraron a los otros dos miembros sentados en la parte inferior del peñasco que interrumpía súbitamente el camino. Las enormes rocas se alzaban con cierto pendiente hasta una altura considerable, y cerraban el extenso y frondoso bosque.

―Parece que el camino termina aquí ―dijo Arthur en un suspiro.
―Y no se ve Marlenia por ninguna parte, estas rocas sellan el camino como si de un muro se tratara ―observó Stella, con cierto tono de preocupación―. Empiezo a temer que nos alcance la noche.
―Como si de un muro se tratara…―murmuró Alexia, reflexionando sobre las palabras de Stella―. ¡Claro! ¡Estamos delante de los muros de Marlenia!
―No estarás insinuando que este peñasco es en realidad la parte exterior de los muros de Marlenia, ¿verdad?
―Sí, deberíamos haber llegado ya, y sin embargo no hemos visto la ciudad ni, aparentemente sus muros ―explicaba la chica moviendo los brazos con gran dinamismo, convencida de lo que decía―, ¿qué otra cosa podría ser sino?
―La verdad es que tiene sentido, este muro de rocas parece que da un gran rodeo, tras él podría encontrarse Marlenia perfectamente ―la apoyó Arthur sonriente.
―Entonces… ―empezó Sho pensativo, rascándose la barbilla―. ¿Deberíamos buscar algún tipo de entrada?

De pronto, algo se movió entre los arbustos que acompañaban el viejo camino. El grupo, alertado se agrupó y retrocedió hacia el muro de rocas y se mantuvo ojo avizor. Tanto Tyler como Arthur se adelantaron en pos de cubrir a los demás, los cuales carecían de armas. Se hizo silencio y permanecieron quietos, esperando que el sujeto que se había movido en el bosque diera el primer paso. Al parecer él pensaba lo mismo, porque no dio ninguna señal de vida durante un buen rato. Los dos chicos se mantuvieron alertados, en posición de defensa. Finalmente el sujeto optó por dar el primer paso.

―¡Los desertores deben morir! ―gritó el atacante, que se abalanzaba sobre el grupo blandiendo una espada.
―¡¿Un guidario?! ―exclamó Arthur sorprendido a la vez que arremetía contra él.

El agresor era verdaderamente un guidario, llevaba la armadura distintiva de dichos guerreros y empuñaba una espada de doble filo con furia. Arthur le asestó un gran número de golpes, entre patadas y puñetazos, que obligaron al fiero guidario a cubrirse de ellos mientras reculaba. Tras un salto, Arthur descargó una potente patada giratoria que impactó en la hoja de la espada, que, rompiendo la guardia del enemigo, le obligó a retroceder mientras se tambaleaba sobre sus pasos. Tras recuperar el equilibrio oprimió con rabia la empuñadura y acometió de nuevo contra sus enemigos.

―¡Los desertores deben morir!

Esta vez fue la lanza de Tyler quien se cruzo con la espada del guidario. El filo de la espada impactó contra el asta metálica de la lanza y, tras el forcejeo de ambos contrincantes, el guidario cedió y volvió a recular. Fue Tyler esta vez quien tomó la iniciativa de atacar, y, avanzando lentamente hacia su oponente, levantó la lanza haciéndola girar amenazadoramente por encima suyo. El guidario viéndose en un aprieto siguió retrocediendo lentamente. En un intento desesperado de detener el giro de la lanza se precipitó hacia Tyler, que se mantenía impasible con los brazos levantados en el centro de la rotación. Las extremidades de la lanza chocaron violentamente contra la hoja del guidario que tras un fuerte golpe vio quebrada su defensa, permitiendo así que la extremidad roma de la lanza impactara fuertemente en la parte lateral de su cabeza. El guidario, aturdido, se desestabilizó, y antes de que pudiera recuperar el equilibrio la afilada hoja de la lanza de Tyler atravesó frontalmente la cara del guidario, tiñéndose de color carmesí. El cuerpo inerte del guidario se desplomó delante de todos.

―Se lo ha cargado… ―observó Sho con horror.
―¡¿Qué es lo que has hecho, malnacido?! ―gritó Alexia con pavor.
―¡Iba con intención de matarnos! ―constestó enfadado.
―Aun así no tenias porqué matarle… ―dijo Arthur con pesar, pálido tras la cruenta escena.
―En el campo de batalla no hay tal cosa como un motivo para preocuparte por la vida del oponente, o tú o él, la vida o la muerte ―replicó enojado.
―Atentos, no creo que sea el mejor momento para discutir ―murmuró Stella mientras un gran número de guidarios los rodeaba.

Los guidarios contemplaron con terror a su camarada asesinado. De pronto todos se centraron en Tyler, y aunque ofreció resistencia se vio reducido por los guidarios en pocos instantes. Viéndose acorralados y conscientes de su desventaja numérica el resto del grupo no ofreció resistencia frente a los guidarios. De entre ellos salió el jefe de pelotón, que miro a los jóvenes con escepticismo.

―Se les acusa de haber traído monstruos la ciudad ―empezó el guidario con tono severo―. Tienen derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que digan podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Se les deniega cualquier tipo de representación o consulta por parte de un abogado. Están detenidos.

Les ataron los brazos y taparon la vista. A partir de aquí todo fue confuso, les obligaron a andar a ciegas para llevarlos a un tribunal. Al parecer no querían que el acceso a Marlenia fuera desvelado. Anduvieron más de dos horas hasta que, de lejos, volvieron a oír el rumor de las calles de la ciudad, pero no se hizo más intenso. Entraron en algún tipo de instalación pues oyeron unos portones abrirse, subieron escaleras y pasaron por varios pasillos. Después de un largo recorrido los sentaron y les quitaron la venda de los ojos. La luz de una gran sala les deslumbró en un principio, una silueta se alzaba ante ellos encima de un estrado. Era un juez.

―Tras mucho deliberar, el tribunal ha llegado a un veredicto final ―anunció el juez.
―¡¿Cómo?! ¡¿Es que no habrá juicio o qué?! ―protestó Sho, indignado, sin poder mirar todavía al juez a la cara
―¡Silencio, muchacho! ―le ordenó―. Habéis dejado entrar monstruos de fuera de la ciudad, la ley de Marlenia es impecable con los desertores.
―¡Nosotros no hemos hecho tal cosa!

Unos soldados amordazaron al grupo que había empezado a protestar delante de la injusticia. Se hizo silencio y el juez carraspeó en pos de aclarar su voz.

―El tribunal ha concluido que los acusados serán ejecutados tan pronto como sea posible.

La sentencia precedió al golpe de martillo que dio por finalizada la sesión. Alexia, Arthur, Tyler, Stella y Sho estaban condenados a muerte.

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