Soleado
Las únicas nubes que adornaban el cielo podían divisar una pequeña jaula con hormiguillas en su interior. Diminutos movimientos que creaban una superficie vibrante sobre el suelo, interrumpidas sólo por algunas motas marrones; grisáceas y vaporosas en determinados lugares. Y entre esa homogeneidad, llamaba la atención un punto de color…
-… “Un punto perfecto y alegre. Lo mejor de esa jaula” -susurró un chico joven a través de sus sonrientes y morenos labios, imaginando que eso era lo que pensaban las nubes acerca de la ciudad de Marlenia. Entonces abrió los preciosos ojos ámbar que había heredado de su madre y se incorporó dando un salto-. ¡Exacto! ¡Un perfecto punto rojo! –gritó hacia las nubes, sin borrar la sonrisa. Pensando que podían oírle.
Lleno de orgullo, se dio la vuelta y empezó a caminar hacia “el punto rojo”, que por el contrario, desde su perspectiva se trataba de una inmensa tela carmesí que acunaba grandes números de circo en su interior.
Arthur era uno de los integrantes de esos espectáculos. “¡Ni más ni menos que trapecista!”, solía presumir su madre. Y aquella mañana había vuelto a levantarse temprano para ayudar en las tareas, como la gran mayoría de los allí presentes. Al ser víspera de la feria de “Los fuegos caídos”, habían aprovechado para poner a punto todos los materiales y elementos del circo. Así que aunque ese día no tuviera que volar por los aires con cientos de ojos observándole, tenía bastante trabajo por delante, y eso no le desagradaba. Le gustaba mantenerse ocupado, sobre todo para con “su” circo. Le llenaba de tranquilidad que todo pareciera en orden.
Llegó hasta un pequeño cubículo ornamentado situado en la parte trasera de la carpa y abrió la puerta.
-¡Mamá! ¿Cómo va la mañ… -la habitación estaba vacía. Era normal que Dana Lauper se encontrara ya cuidando de sus animales-. Vaya… Pensaba preguntarle si me acompañaba a una herrería –se dijo a sí mismo, mirando su propio reflejo en un bonito espejo rodeado de bombillas apagadas. Vio que volvía a tener el pelo alborotado, y tras algunos toques con las manos, decidió que era mejor no empeorar aquel estropicio rubio. Al menos su ropa si estaba en su sitio. Un fabuloso conjunto de trapecista color blanco con detalles rojos y dorados. Le encantaba vestirse con aquellos conjuntos. Tan cómodos…-. Bueno –se encogió de hombros-. ¡Es igual! –y salió corriendo hacia el mercado.
No sabía muy bien a qué herrería dirigirse, pero tenía claro que no pensaba volver sin las poleas que quería. Había visto demasiado desgastadas las de una trampilla de una carroza. Así que, tarareando un ritmo alegre, iba fundiéndose entre la gente y mirando los distintos carteles, hasta que se decidió por uno de una herrería menuda pero en buen estado.
Justo antes de entrar vio que una preciosa joven de largo cabello abría la puerta algo irritada y pasaba sin mirarle. Por un instante Arthur dudó en entrar, ya que quizá la chica había quedado descontenta de algún artículo del establecimiento, pero al final decidió eludir el pensamiento.
Efectivamente, poco rato después salió de la tienda, orgulloso de su compra. Guardó las piezas en su alforja y decidió disfrutar un poco más del calor de los ciudadanos, pasando el resto de la mañana de aquí para allá, hasta que se detuvo al ver a unas niñas saltando a la comba. Parecían trillizas, a cada cual más encantadora. Compartían unos prominentes mofletes que hicieron sonreír a Arthur. Le encantaba saltar, y estaba a punto de unirse a ellas algo avergonzado cuando alguien le empujó haciéndole perder el equilibrio. Con un rápido movimiento se estabilizó y miró a su alrededor. Una figura familiar daba vueltas entre la gente, buscando algo. Hubo un momento en que sus miradas se cruzaron, y Arthur reconoció a la joven. Era la misma que había visto aquella mañana salir de la herrería, pero esta vez estaba contrariada, no ofuscada. Aunque cuando quiso darse cuenta, la chica había desaparecido. El joven miró de nuevo al trío de niñas, con la mente ocupada, pero unos segundos después decidió que ya era hora de llevar las poleas al circo.
Una vez allí, después de comer se puso manos a la obra, y con cada tarea le surgía una nueva, manteniéndole ocupado durante toda la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario