Olía
a casa. Una mezcla de madera, especias y polvo. A veces también le llegaba el
humo de la comida, que le daba una hermosa bienvenida cuando llegaba tras
demasiadas horas de trabajo. Phantea, Livana, Leander, el recuerdo de Ianthe,
la preocupación por Anastasia, el espejo roto en...Hesper.
Aunque
amaba al resto de sus hermanos con locura, Hesper siempre había tenido un
significado especial para Stella. Y no solo por haber nacido como dos partes de
un mismo ser y el misticismo que ello conllevaba, sino la asimetría, el
claroscuro, la indiferencia que habían mantenido desde su infancia por un odio
—si es que esa era la palabra correcta para denominar a su relación —
irracional que las llevó a tomar caminos igual de opuestos: la ladrona y la
camarera.
Así
comenzaron las discusiones, y con ello la distancia. Y la culpaba, sí, con toda
su alma. No era justo que abandonara a los suyos por una avaricia incontrolada
ni una falsa justicia. Tampoco merecían halagos sus fechorías ni sus malas
artes.
Hesper
la decepcionaba.
Y
seguramente lo haría por el resto de su vida. Tal y como un espejo no puede
cambiar de forma sin romperse en mil pedazos, Stella no se moldearía a su otra
mitad ni ésta se acercaría a su modo de vida.
"Tal
y como nos separaron de nacimiento, el destino vuelve a hacerlo con el
tiempo."
Esta
vez olía a algo más húmedo y denso, alejándola del fantasioso recuerdo del
hogar feliz que alguna vez había soñado y trayéndola a recuerdos más oscuros
relacionados con guidarios asesinados, una corte tomándola como culpable, un
hombre ayudándolos a escapar, y unas arenas movedizas que se los estaba
tragando en ese mismo instante.
Una
mujer que venía del sol.
Una
mujer que venía de...
—¡Stella!
—exclamó Tyler por última vez —. Despierta, por favor.
Abrió
los ojos en un lento parpadeo, costándole un segundo cada uno de los cinco que
realizó. Luego examinó el lugar donde habían caído sin siquiera reparar en su
compañero de viaje, que esta vez había dejado la lanza a un lado para dar
pequeñas bofetadas a sus mejillas con éxito. Ésta, como si no fuera consciente
de la realidad, dejó al muchacho hacer durante el rato que tardó en ser
consciente de dónde se encontraba. Luego apartó sus manos con un movimiento
rápido.
—¿Dónde
están los guidarios? —quiso saber Stella.
—Los
dejamos atrás cuando quedamos atrapados en las arenas —respondió Tyler, quien
cogió su lanza con cuidado y se levantó, extendiendo su mano libre hacia ella
—. Creía que iba a morir ahí arriba.
—¿Acaso
no estamos muertos ya? —se encogió de hombros y sonrió de lado, haciendo que
una de sus mejillas se subiera lentamente, gesto característico de su hermana
gemela. Esto hizo que cualquier muestra de alegría se perdiera rápidamente de
su cara cuando cogió la mano ofrecida y se levantó.
Todos
sus compañeros dormían sobre los escombros. A su izquierda Sho se mantenía
recto y murmuraba cosas en sueños relacionadas con galletitas de té y criadas
con minifaldas mientras que a su derecha los fuertes ronquidos del espatarrado
Arthur creaban una especie de música rítmica con los gruñidos y maldiciones de
Alexia, que se encontraba a su lado. Puso los ojos en blanco y lanzó un largo
suspiro. Al menos, estaban vivos.
Stella
saltó sobre varias de las enormes rocas sobre las que habían caído y examinó
por tercera y última vez el paisaje. Las hileras repletas de libros solamente
acababan en el vacío que representaba la carencia de un suelo visible, y que la
única forma de llegar a las estanterías era por unos estrechos caminos de tierra
y arena por el que no podrían pasar dos personas a la vez. Miró al techo con la
esperanza de que el cielo azul le trajera cierta normalidad, pero solamente
encontró un enorme remolino de arena que parecía moverse por arte de magia.
Resopló y buscó algún apoyo en Tyler, que ya parecía haber realizado todos sus
movimientos antes.
—Estamos
atrapados —anunció con la mayor neutralidad que pudo —. Pero no hay monstruos,
o no han aparecido aun. Estamos seguros.
—No
lo entiendo.
—Quiero
decir que mientras nos encontremos...
—No
hablo de los monstruos —bufó Stella —. Hay luz por todas partes, pero no hay
sitio del cual pueda surgir tal luz —señaló al cielo, o más bien a su carencia
—. ¿No es extraño?
Tyler
abrió los ojos, siguió su dedo y luego al foso abismal.
—Sí
que lo es —respondió con una sonrisa bobalicona. No parecía realmente
preocupado por eso.
Y
no le extrañaba, después de Sunaly.
Por
su piel aun quedaba el escozor de haber sido engañada por los enanos con el
veneno falso, la enorme caminata hacia un faro donde encontraron a un
encapuchado, y con ello...a la extraña faz de Tyler.
Debía
de creer que no se había dado cuenta, pero una mujer que dedicó su cuerpo y su
alma a acechar por su supervivencia era capaz de ver incluso con un pañuelo
sobre su cara. Aun no podía llegar a entender las razones pero sí sabía que un
miembro del grupo estaba ocultando un secreto y otro—Tyler — había empezado a
callar sobre él. Algo bien gordo.
Los
demás seguramente agobiarían al muchacho con mil y una preguntas que él se
negaría a responder, cerrándose en banda a cualquier otra muestra sutil de
búsqueda de información. Stella, que era mucho más lista que todo eso, tenía
otra forma de hacerlo: ganar su confianza, y con ello, su respuesta.
—Deberíamos
despertar a los demás —aconsejó la rubia al ver que él solamente se dedicaba a
contemplar la inmensa cantidad de libros que había —. ¿Te gusta la lectura?
—No
le hago feos —admitió, encogiéndose de hombros —, pero tampoco quiero estar
mucho tiempo aquí. La última vez que acabamos en un lugar de fantasía fuimos
envenenados para hacer trabajos forzados.
—Cierto,
pero fue divertido —rió ella por lo bajo, llamando su atención —. Anda, vamos a
despertarlos.
Tal
y como ella dijo, ambos fueron a despertar al resto de sus compañeros. Unos se
levantaban de mejor humor que otros, en especial Arthur, que veía en aquel
confuso paisaje un vago recuerdo de las atracciones del circo en la que él
participaba. De hecho hasta dio un par de saltos entre una distancia y otra.
—Ciertamente
es un lugar confuso —dijo Sho, llevándose una mano a la barbilla —. Aunque algo
siniestro, ¿qué opina la bella flor dorada?
Stella
enarcó una ceja y dirigió su dedo hacia el único sendero que había.
—Yo
digo que no descubriremos nada aquí sentados.
—Exacto
—la siguió Arthur —. Además, los guidarios pueden caer como nosotros hemos
caído.
—¿Entonces
a qué esperamos? —preguntó Tyler —. ¡Vamos!
Comenzaron
a caminar en lo que sería un descenso de unas pocas horas hacia el foso por el
camino de tierra. Mientras que Arthur se acomodaba al suelo e iba,
literalmente, brincando como un mono en su descenso. Alexia mantenía sus
murmullos y quejas, llegando alguna vez
a discutir un poco con Tyler, pero nada serio. Sho se mantenía florecido y
atento a cualquier posible halago o muestra de su clase con una naturalidad
pasmosa.
No
sabía en qué momento habían empezado a acostumbrarse los unos a los otros...o a
respetarse, si es que esa era la palabra. Por mucho que intentaba detestar la
arrogancia o la inmadurez de alguno solo conseguía mantenerse indiferente, como
una madre cuando veía las trastadas de su hijo.
¿Les
habría cogido...cariño?
No.
No
quería ni pensarlo.
—¡Albricias,
Alfred! Coloca los libros en posición diagonal con respecto a esa curva del
techo —exclamó alguien con un acento muy marcado —. A este paso levantarás
tanto polvo que mi cataplasma acabará conmigo.
—No
es mi causa que este mamotetro pese tanto —se quejó alguien.
—¡Respeto
por la lectura o dejaré caer esta escalera!
—Pardiez,
Stuart, espera a que baje.
Aunque
el sonido de seres desconocidos los mantenía en desconfianza— y era algo
normal, pues en Sunaly no es que les hubieran recibido del todo bien,
precisamente — Stella guió a los demás para que avanzaran junto a las enormes
estanterías, procurando hacer el mínimo ruído posible. De hecho, tuvieron que
dejar a Alexia atrás por el horrible sonido que hacían sus enormes tacones de
aguja.
—¿Cómo
puedes aguantar con semejantes zapatos? —farfulló Tyler, que no se creía que
hubiera andado tanto con esos clavos pegados.
—Mucho
aguante, chico —sonrió ella —. Y esperar
siempre a poder clavárselo a alguien en el ojo.
El
muchacho tragó saliva y siguió su camino hasta donde distinguieron a dos
enormes figuras cerca de una de las miles de estanterías, gritándose lo que parecían
insultos mientras ellos se acercaban.
Debajo
se encontraba un enorme pájaro que iba a dos patas y vestido con una chaqueta
que le recordaba a un aristócrata. Llevaba un monóculo en su ojo izquierdo y
caminaba con las alas entrelazadas en la espalda.
—¡Baja
aquí, peludo fantoche! —gritaba él —. ¡Por mi pico que no pararé hasta verte
por los suelos!
Arriba,
sujetando varios libros, una enorme y regordeta rata vestida de forma similar a
excepción de que llevaba unos quevedos ajustados.
—¡Espérame
ahí, rufián! —gritaba la rata —. ¡Esta es la última vez que me sacas de quicio!
La
criatura bajó de las escaleras y se colocaron frente a frente. Ambas hincharon
el pecho y comenzaron a golpearse con él hasta que sin querer una de ella le
dio a los libros, alarmándolos demasiado como para volver a discutir. Fue
entonces cuando Arthur decidió hacer acto de escena.
—¡Buenos
días!
—¿Qué
tienen de buenos? —exclamó el ave hasta que vio que no se trataba de su
compañero —. ¡Por mis plumas, son saltimbanquis!
—¿Saltiqué?
—¿Acaso
ese vago habrá vuelto a dormirse? —se quejó la rata.
—Seguramente.
Ya le dijimos a Rithe que debía echar a ese bajo cuanto antes.
—Pero
nadie está dispuesto a hacer su trabajo.
—¡Indignante!
—¡Humillante!
—¡Apabullante!
—¿Glorificante?
—No,
más bien decepcionante.
—Emm,
¿perdón? —Sho buscó la forma de meterse en la conversación —. No somos unos
simples saltimbanquis, caballeros. Nos hallamos en la noble misión de comunicar
al señor Rithe un mensaje de sir Fervín, quien por sus ocupadas obligaciones no
puede venir a ello. ¿Serían tan amables de indicarnos el camino hacia él?
—¡Por
mis bigotes! —gritó la rata —. Va a ser verdad.
—Ahora
que lo dices, sí —respondió el pájaro —. Mira qué porte, qué estilo al
vestir...permítannos presentarnos, damas y caballeros. Mi nombre es Stuart
della Nidela —se acercó y besó la mano de Stella —. Enchanté, mademoiselle.
—El
mío es Alfred du Alcantaille —le siguió —, y somos estudiosos de este
maravilloso lugar. ¿Con quiénes hablamos?
—Mi
nombre, caballeros, es Sho Liechenstein —hizo una reverencia y luego caminó al
lado de sus compañeros a modo de presentación —. El es Tyler Nielsen, él Arthur
Lauper, le sigue la bellísima Stella Arellanes y por último Alexia De Tenebrae.
—Es
nuestra mascota —siguió Tyler.
—¿¡Qué!?
—gritó Alexia, y comenzaron a discutir.
—No
se alarmen, caballeros, dedican sus días a alegrarnos con espectáculos líricos.
—Algo
degradantes, en mi opinión —respondió Stuart —. ¿Y qué os trae por aquí, sir
Liechenstein, además de trasmitir el mensaje de Fervín?
—Si
he de serles sinceros buscamos refugio y consejo—admitió el rubio —. Cuando nos
dirigíamos hacia aquí otros hombres han intentado atacarnos sin éxito alguno,
por lo que...
—¿Llevaban
armaduras, joven? —preguntó Alfred.
—Así
es.
—¡Otra
vez esos canallas...guidarios se llamaban! —bramó la rata, que enseguida volvió
a sus insultos acompasados con su compañero —. No os preocupéis, aquí tenéis
refugio siempre. Seguidme.
Las
criaturas comenzaron a caminar camino abajo, y el resto del grupo los siguió, cada
uno con una opinión distinta con respecto al lugar donde habían llegado
mientras Alfred daba una explicación de dónde se encontraban.
—Esta
es la gran biblioteca de Lum, el desierto donde habitamos los Cambiantes, los
cuales vinimos hace mucho tiempo de todas las criaturas sabias al descubrir el
poder de la lectura. Bueno, no es la leyenda completa..pero ya podréis leerla
cuando os instaléis. El caso es que os encontráis en una nave abismal que se
caracteriza por su enorme biblioteca y sus múltiples actividades, aunque en su
mayoría es lo primero. Aparte de nosotros existe otra raza de violentos seres
llamados guidarios, los cuales nacieron de los humanos, aunque aún desconocemos
bastante de sus costumbres y hábitat natural —inspiró y siguió —. No nos gusta
el cielo, no nos gusta el agua y ante todo no nos gustan las galletitas saladas.
Por aquí.
Cuando
giró los llevó hacia una enorme puerta abierta cuyo interior albergaba una
especie de enorme comedor de casa de ricos, solo que no se trataba de una sola
mesa, sino de centenares. Miles.
—Es
increíble —exclamó Arthur.
—Pronto
traerán la comida, así que sentaos con nosotros por allí —señaló una zona
cercana al centro, la cual parecía tener una pequeña plaza preparada para
espectáculos —. Síganme.
Caminaron
hasta esa zona y se sentaron. Fue cuestión de minutos que la gente comenzara a
sentarse en el resto de puestos y la cena fuera servida por otros seres
vestidos de cocineros. Se respiraba amabilidad, sabiduría, nobleza...por lo que
Sho se integraba bastante bien entre ellos, en especial por su forma de hablar.
Los demás procuraban no meterse a no ser que fuera necesario por si eran
susceptibles.
—Desde
que salimos de Marlenia vemos cada vez cosas más raras —se quejó Alexia.
—Pero
tienes que reconocer que son interesantes —añadió Arthur, maravillado con los
espectáculos que realizaban en la plaza —. ¡Ojalá pudiera hacer acrobacias
junto a ellos!
—Podrías
decirle a Sho que los intente convencer —sugirió Tyler.
—Mejor
no —respondió rápidamente Stella, que se había mantenido un largo rato ausente
—. Sho está haciendo su trabajo, que es camelárselos y encontrar una salida que
nos lleve bien lejos de los guidarios.
—No
vamos a estar huyendo toda la vida de los guidarios —respondió el vagabundo.
—¿Entonces
qué crees que firmaste cuando mi hermano nos sacó de la cárcel?
Un
silencio ensombreció la conversación y a los que participaban en ella, saliendo
de nuevo a la superficie la gran rivalidad entre la estudiante aspirante y el
vástago ilegítimo del antiguo rebelde.
—Sé
consciente, por amor a...¡a lo que sea que creas! —tomó un poco de la bebida
que le habían servido, algo cuyo sabor le recordaba a una salsa de relleno —.
Aunque el piltrafilla de armadura dorada nos haya ayudado a salir de ahí no
puede creer que estaremos eternamente vagando por un mundo que desconocemos. A
lo mejor quería que buscáramos el lugar correcto y nos instaláramos.
—Cuida
tu lengua, basura.
—No
vamos a volver a tener la misma discusión de siempre —sentenció Arthur, serio
como nunca le habían visto —. Alexia, tienes que dejar de ser tan inflexible
con respecto a todo. Y Tyler... —su mirada se dirigió a él como un puñal,
haciéndole entender que no estaba para réplicas —. Tienes que aprender a
controlar tu opinión con respecto a todo. Aunque eres respetuoso, te falta
sangre fría y eso a la hora de la verdad puede ser nuestra condena, ¿entiendes?
—No,
no lo entiendo —gruñó el muchacho —. Y no quiero entenderlo, la verdad.
—No
estás siendo muy maduro en este momento —replicó el acróbata, intentando no
subir el tono en ningún momento.
—Lo
sé —suspiró —...lo sé. Perdona. Es simplemente que no puedo soportar la idea de
huir hacia la nada constantemente. No tenemos ningún objetivo, y la verdad es
que me deprime un poco.
—En
eso estamos todos de acuerdo —admitió Alexia —. Deberíamos marcarnos una ruta,
o encontrar una forma de llegar a casa... —suspiró—...o algo.
—Creo
que es la primera vez que os veo de acuerdo —rió Arthur, feliz de que la cosa
no hubiera ido a más. Por último su mirada se dirigió a la rubia ausente —. ¿Tú
qué opinas, Stella?
—¿Qué?
—Otra
vez con la cabeza en Marlenia —gruñó la otra fémina.
—Perdonad
—suspiró —. Tiene razón Tyler, sea lo que sea —se levantó de su asiento,
dejando atónita tanto a la estudiante como al vagabundo —. Voy a dar una
vuelta, que necesito un rato a solas. Hablamos luego.
Así,
se marchó rápidamente, y cuando Alexia iba a levantarse a darle una voz Tyler
tapó su boca rápidamente.
—¿Cómo
has salido de la ciudad?
—¿Cómo
has salido tú de la ciudad?
Odiaba
que le repitiera las preguntas, pues se sentía como un espejo. Un enfermizo
reflejo que hacía ver todas sus acciones como actos miserables.
—Seguro
que lo sabes mejor que yo —Stella mantenía los dientes apretados y no sonreía,
al contrario que su hermana, que siempre parecía tener en su cara una
desvergonzada sonrisa —. De lo contrario no estarías pisándome los talones tras
años. Dime, ¿cuántas veces has pisado la cárcel desde entonces? ¿Quince?
¿Veinte?
—Treinta
y cinco, para ser exactas. No sabes la de veces que me fugué.
—¿Qué
demonios quieres, Hesper? —la voz se ahogaba en su garganta, pues aunque quería
reprocharle tantas cosas y gritar hasta quedarse sin voz que se encontraran en
un ambiente desconocido y que no quisiera que los demás se dieran cuenta de
su...desagradable parentesco con la joven la controlaron —. Te marchaste.
Fuiste una ladrona. Hiciste lo que te dio la santa gana, ¿no es cierto?
—No
del todo —sonrió —. Aun me quedaba una cosa por hacer.
—¿Qué...?
—Ahora
lo verás, o más bien, lo verán.
—Stella
se está retrasando —gruñó Alexia, que veía a Sho despedirse con una
tranquilidad pasmosa —. ¿Qué has estado hablando con ellos?
—Estuve
recolectando información, damisela, y tengo algo muy interesante sobre lo
acontecido en la ciudad de los enanos.
—¿Qué
tienes, Sho?
—Permítanme
—se acomodó en una silla cercana y miró a su alrededor, agradecido porque la
fiesta hubiera acabado y las distintas criaturas se marcharan a sus
habitaciones. Se volvió hacia ellos y sonrió ampliamente —. En mis indagaciones
he descubierto que en este vasto mundo, antes de que todas las criaturas
existieran, vinieron del sol unos seres maravillosos cuyo aspecto recordaba al
de un humano, con largos cabellos, sabiduría, prudencia y ya os podéis imaginar
el resto. El caso es que, en su arrogancia idearon una máquina enorme cuyo
objetivo se desconoce, pero que dedica su existencia a vagar y a tomar el alma
de todo el humano al que encuentran. No me preguntéis los detalles, solo sé que
si encuentra algo parecido a nosotros lo desintegra.
—Entonces
si vemos la sombra de esa cosa tenemos que alejarnos —Arthur se sorprendió de
lo bien que se lo estaba tomando, como si ya estuviera acostumbrado a lo más
estrambótico del mundo conocido y sin conocer.
—Exacto
—respondió Sho.
—¿Y
qué sabemos de la mujer de blanco? —quiso saber Tyler.
—Nada.
—¿De
nada?
—Ni
una palabrita sobre sus mechones albinos, caballero.
—Vaya
chasco —gruñó Alexia, que se cruzó de brazos y se escondió entre sus hombros.
—No
te preocupes —el acróbata acarició su cabeza como a la de un niño pequeño —. Ha
descubierto algo, y eso es lo importante. Ahora debemos ir a por Stella y
contárselo.
—Es
verdad. Aun no ha vuelto —Tyler se levantó, lanza en mano, y la buscó por la
sala sin éxito alguno. Los demás hicieron lo mismo con el mismo resultado —.
Maldita sea.
Aunque
nadie había dicho nada todos echaron a correr en la misma dirección, buscando a
sus compañeras por todas las habitaciones, todos los pasillos, en cada
estantería. Y el resultado fue el mismo nada que cuando habían comenzado.
A
excepción de Sho y Tyler, que pudieron ver en la distancia un hermoso cabello
dorado brillar sobre una especie de mastodonte parecido a una máquina. Se bajó del
mismo, realizó un gesto de despedida con la mano en la frente y se desvaneció.
—¡Rápido,
albricias! —exclamó Alfred, que mantenía una puerta abierta —. ¡Mañana será un gran
día, y debéis dormir!
El
grupo se miraba indeciso, pero acabó cediendo a la hospitalidad de la criatura para
evitar más problemas.
—Stella,
¿qué estás haciendo? —se preguntó Tyler entre susurros, justo antes de entrar a
la habitación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario