domingo, 27 de noviembre de 2011

Prólogo: Sho

Muchachito


– Buenos días, señorito.
Sho abrió los ojos con lentitud y observó con sueño a su sirvienta. Se incorporó y rápidamente la chica se acercó.
- ¿Ha dormido bien, señorito? – Añadió la muchacha. Sho se levantó y se calzó las zapatillas.- Como siempre, el señor y la señora les están esperando para que desayune con ellos.
- Está bien – dijo el chico, cortándola – Si no te importa, tengo que cambiarme.
- ¡Oh! ¡P-por supuesto, señor! – Dijo avergonzada la sirvienta. Hizo una leve reverencia y salió de la estancia.
- ¡Tsk! Plebeyos... –Añadió malhumorado. 

Se dirigió a su armario y lo abrió, pensando en qué ponerse. Se decantó por una camisa blanca y un chaleco. Se los puso rápidamente y cogió los pantalones oscuros, poniéndoselos con rapidez. Se calzó y se dirigió al baño, donde cogió el peine y se peinó un poco, mientras observaba su rostro moreno, en busca de alguna imperfección. Al acabar, dejó el peine cuidadosamente y salió de su baño, bajando las grandes escaleras hasta llegar a la recepción, giró a la izquierda y entró en el lujoso comedor, decorado con objetos de valor incalculable.

- Buenos días – Saludó Sho mientras se sentaba en la silla. Rápidamente una criada vino y le sirvió su desayuno: un café caliente acompañado de un zumo de naranja y un par de tostadas perfectamente untadas con mermelada de fresa. 
- Buenos días, hijo – Respondió Arlene. Llevaba su pelo negro recogido en un gran moño y, sus ojos azules le observaban. Su padre, con una mirada neutra, estaba leyendo el periódico de la mañana. – Qué tal has dormido?
- Bien, madre – Dijo mientras empezaba a beber el café.
- Recuerda que hoy tienes entrenamiento – Le recordó su madre.
- ¡¿Entrenamiento?! ¡¿Otra vez?! – La mujer bebió de su taza, sin inmutarse – ¡Estoy harto de entrenar siempre! ¡¿De qué me va a servir el luchar con espada una y otra vez?! – Preguntó enfadado.
- Es parte de tu educación – Dijo tranquilamente la mujer, sin inmutarse. Chasqueó los dedos y rápidamente una sirvienta le recogió los platos. – Hasta que no seas mayor de edad, seguirás obedeciéndome.
- ¡Pero madre...! – Replicó ofendido – ¡Padre, dile algo!. – Le miró con una mirada suplicante.
- Tu madre tiene razón – Susurró Danz, su padre – Hazle caso – Añadió mientras seguía con la mirada puesta en el periódico. Sho, ofendido, miró a su madre, que le dirigía una mirada de superioridad. Enfadado, se levantó rápidamente y salió del salón, pudo oír algún que otro criado llamándole para que se quedara, pero él, ofendido, salió rápidamente de esa casa y se puso a andar, se metió las manos en los bolsillos y, enfadado, pateó alguna que otra piedra. 

Andando, llegó al centro de la ciudad. Observó cómo la plaza mayor estaba llena de gente, moviéndose de un lado hacia otro. Escuchó gente gritando, dando órdenes, otros anunciando cosas, niños riendo, un sinfín de conversaciones. Estaba algo parado al ver la plaza mayor más llena de lo normal. Observó a todos y cada uno de los ciudadanos, hasta que algo le sorprendió. Se dirigió hasta un hombre bastante gordo, vestido con un traje verde.

- Buenos días, señor – Saludó Sho.
- ¡Oh! ¡Buenos días muchacho! – Respondió alegramente pero con un tono grave mientras se arreglaba su bigote. Sho hizo una mueca al oír la palabra “muchacho”.
- ¿Sabe qué es lo que pasa? – Le preguntó Sho, yendo al grano.
- ¿Eh? ¿Acaso no te has enterado? Pero si hoy és la feria de los fuegos caídos – Exclamó el señor. – ¿Cómo pudiste olvidar esto, muchachito?.
- Haha, ya sabe señor Ron, quizás sea que tengo demasiadas cosas en la cabeza – Dijo falsamente. El hombre echó una risotada fuerte y profundamente.
- Ains, la juventud de hoy… ¡Si esque no paráis quietos! Bueno Sho, tengo que dejarte, tengo que revisar a mis hombres, que no quiero que monten nada mal.
- Por supuesto, señor, le dejo.
- Nos vemos esta noche entonces, ¡que vaya bien! – Se despidió Ron. Sho se despidió y se fue a andar. Cómo odiaba ese hombre… odiaba que le llamase “muchacho” o “muchachito”, ¡él era ya casi todo un hombre!. Pero, por fuerza, tenía que llevarse bien con él, era uno de los señores más importantes de Marlenia, así que tenía que tener una excelente relación con Ron. 

Siguió andando por las calles más importantes de la ciudad. Marlenia bullía de actividad, había muchísima más gente de la normal, moviéndose arriba y abajo. Se preguntó cómo había podido olvidar la fiesta, ya que su madre no había parado de mencionar una y otra vez ese tema. Sho se paró en seco. Su madre… Rápidamente dio media vuelta y se dirigió a su casa, esquivando a los ciudadanos que paseaban. Llegó hasta su hogar, abrió la puerta y pudo observar cómo Arlene hablaba con su profesor de lucha. Los dos callaron. El hombre hizo una reverencia a la señora y a su hijo y marchó silenciosamente. Los dos familiares se miraron fijamente.

- Lo siento, madre… - Dijo Sho mientras hacía una reverencia. Arlene lo miró fijamente.
- Sube a tu cuarto, hijo, y prepárate para la fiesta.
- Sí, madre… - Obedeció el chico mientras subía las escaleras.
- Te quiero... – Murmuró. Sho no pudo evitar sonreír y se encerró en su cuarto, feliz de haberse reconciliado con ella.

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